Sunday, September 20, 2009

Inmanencia y la crítica



Algunas opiniones sobre el grupo Inmanencia

“La poesía conversacional ha muerto. Estos cuatro chicos, enfundados en versos misteriosos y crípticos le han asestado el golpe final. Un tajo certero en la garganta. Con las manos aún manchadas del líquido que la mantenía despierta han elevado su voz. El cielo oscuro se ha abierto para permitir que los ángeles de siempre —Lautreamont, Rimbaud, Nerval— bajen y caigan sobre nuestras cabezas. Las lenguas de fuego que tanto ansiamos están a punto de volver: se despojan de sus cenizas y se incrustan en los nuevos poetas. Cuatro son estos poetas, así como el número clave de la magia. Como los elementos del Cosmos. Como los precisos puntos cardinales. Como la perfección del alquimista. Como la fórmula del antiguo oráculo de Thot. Aquí están estos cuatro y hieren con el escalpelo de la Poesía” (Rocío Silva Santisteban).

“Rocío Silva Santisteban ha abierto la boca y dicho: ‘La poesía conversacional ha muerto’. El acta de defunción y prontuario de los causantes que subscribe la poeta obran, en un solo documento preliminar, en el legajo que acopia la escritura de Bernales, Díaz, Villacorta y Zegarra; una escritura en la cual la prosa y la poesía han abolido sus fronteras. Todo induce a pensar que se trata de una banda, de un grupo organizado, que bebe en las mismas fuentes y cultiva fervores similares, éstos y aquéllas infrecuentes aquí y ahora en los medios en los que el grupo se mueve. Hace tiempo que no aperecía una banda en nuestra literatura. Por lo pronto, ha despertado el entusiasmo de Rocío Silva Santisteban. Habrá que ver hasta dónde esos muchachos ‘hieren con el escalpelo de su poesía’” (Abelardo Oquendo).

“Rocío Silva Santisteban escribió en el prefacio [de Inmanencia] que la poesía conversacional ha muerto, pero después se desdijo: ‘no, es una broma...’ cuando en realidad lo dijo en serio. Lo cierto es que la poesía conversacional no murió y lo que murió al año fue ese grupo literario. Ese es el reflejo de muchos poetas de los noventas. No entienden de rupturas. La ruptura es cuando hubo libros que hicieron algo diferente a los libros anteriores” (José Carlos Irigoyen).

“A propósito —y aunque no es lo determinante, sí tiene un peso inocultable— también hay que mencionar que al llegar a los noventa, los colectivos de todo cuño se encontraban en retirada o, cuando menos, probaban ya el sabor del desprestigio. Todo esto explica la corta, en algunos casos cortísima, duración de los grupos poéticos surgidos, y da luces para entender que la aparición de Inmanencia —hecho que de por sí resulta paradójico—, a fines de la década, haya tenido signo opuesto: poética espiritualista y no ‘urbana’, rituales y no actos, y poco afán de convocatoria (aunque sí de notoriedad, como sus pares inversos) permiten su caracterización más como un antigrupo: el reverso de una experiencia agotada” (Luis Fernando Chueca).

“En 1998, cuatro jóvenes poetas y estudiantes de literatura procedentes de la Universidad Católica alborotaron la Aldea Limense como hace muchos años no acontecía. Bajo el etéreo título Inmanencia y una presentación que evocaba la literatura hermética, el libro publicado por el grupo generó variadas reacciones. La audaz propuesta colectiva —atípica en tiempos dominados por el pragmatismo neoliberal y su mísera estrechez de horizontes— taponeó las fauces de aquéllos sumos sacerdotes de la villa literaria quienes, impregnados de individualismo a la carta, negaban que la poesía aún pudiera ostentar el halo de provocación de otras edades históricas. Enrique Bernales, Florentino Díaz, Chrystian Zegarra y Carlos Villacorta recuperaban una vía perdida: el poeta como iluminado que une Cielo y Tierra en perfecto consorcio. Inmanencia reivindica dicho espacio con Regreso a Ourobórea (1999), segunda entrega que no ha claudicado en los postulados iniciales: espíritu de cuerpo y una escritura cuya subversión no se nutre del disfuerzo político o del onanismo experimental, sino de la iluminación mistérica” (José Güich Rodríguez).

“La propuesta de ‘Inmanencia’ se inscribe clara y objetivamente en una opción anti-setenta y ochenta. Parecería ser un simple remedo de décadas pasadas; sin embargo, jamás la historia se repite. ¿Dónde radica la diferencia, entonces? Quiero imaginar que frente a la poesía de lo banal, del más absoluto despojamiento de la carga mágica o sagrada de la palabra, en pleno auge del liberalismo económico, estos jóvenes —como el arte de toda las épocas— van contra la corriente y afirman aquello que niega su tiempo: la creencia en los poderes de la palabra como medio para romper la distancia entre el hombre y su entorno, la ‘poesía como comunicación, como grito, como aguijón que penetra en los arcanos para revelarlos’” (Iván Ruiz Ayala).

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